La adopción de Zero Trust revela barreras culturales y organizacionales en 9 de cada 10 empresas


Imagen: AdadiaBlack | https://www.deviantart.com/adadiablack


Por Víctor Ruiz, fundador de SILIKN, Instructor Certificado en Ciberseguridad (CSCT™), (ISC)² Certified in Cybersecurity℠ (CC), EC-Council Ethical Hacking Essentials (EHE) Certified, EC-Council Certified Cybersecurity Technician (CCT), Ethical Hacking Certified Associate (EHCA), Cisco Ethical Hacker & Cisco Cybersecurity Analyst y líder del Capítulo Querétaro de la Fundación OWASP.

La adopción del modelo Zero Trust continúa representando uno de los mayores retos para las organizaciones. De acuerdo con un análisis de la unidad de investigación de SILIKN, el 90.3% de las organizaciones ha enfrentado dificultades importantes al implementar esta estrategia, lo que refleja que más allá de ser una iniciativa tecnológica, se trata de una transformación cultural y organizacional de gran alcance.

Uno de los principales obstáculos radica en la complejidad y la falta de definición clara del enfoque. Zero Trust no es un producto ni una herramienta específica, sino un modelo que debe adaptarse a las necesidades de cada organización. Su implementación debe realizarse por fases y enfocarse en casos de uso concretos, como la protección de identidades privilegiadas o el acceso seguro a aplicaciones críticas, en lugar de intentar desplegarlo de manera global desde el inicio. A esta dificultad se suma la ambigüedad conceptual: distintas organizaciones interpretan Zero Trust de formas diferentes, lo que en muchos casos conduce a confusión.

El factor tiempo es otro desafío considerable. Se estima que una implementación completa podría tardar entre 12 y 15 años, lo que convierte al Zero Trust en un proceso continuo más que en un proyecto con fecha de cierre. Además, para que la estrategia sea efectiva, debe ser impulsada desde la alta dirección o incluso desde el consejo de administración, de manera que se garantice el compromiso y la asignación de recursos necesarios.

También existe un problema de incentivos. Los equipos de sistemas o de ciberseguridad son evaluados en función de resultados inmediatos, como la productividad o el cumplimiento de requisitos básicos, en lugar de recibir apoyo para sostener estrategias de seguridad de largo plazo. Esta falta de alineación con los objetivos de Zero Trust, sumada a la carencia de visibilidad sobre flujos de datos, accesos y dispositivos, dificulta aplicar políticas de seguridad dinámicas y efectivas.

Sin embargo, existen pasos prácticos que las organizaciones pueden dar para avanzar en este camino. Entre ellos se encuentran adoptar un enfoque gradual, definir métricas realistas que midan la reducción del riesgo, involucrar a la alta dirección para comunicar los beneficios en términos de negocio, invertir en herramientas de monitoreo que fortalezcan la visibilidad de activos y accesos, y fomentar una cultura de seguridad donde todos los empleados comprendan y apliquen los principios de “no confiar nunca y verificar siempre”.

Los ejemplos de implementación exitosa muestran que este modelo es alcanzable si se aborda con paciencia y visión estratégica. Empresas como Microsoft comenzaron con proyectos limitados de autenticación multifactor y protección de identidades, para luego extender Zero Trust a dispositivos, datos y aplicaciones. Google, con su iniciativa BeyondCorp, redefinió el acceso sin depender del perímetro tradicional, permitiendo a sus colaboradores trabajar desde cualquier lugar con validaciones continuas de identidad y contexto. Asimismo, instituciones financieras globales han adoptado la microsegmentación y la validación de transacciones críticas como parte de su enfoque Zero Trust, logrando una reducción significativa en el riesgo de fraude y brechas de seguridad.

Implementar Zero Trust no es un desafío que se resuelva de forma rápida ni sencilla. Se trata de una transformación estratégica que requiere claridad conceptual, liderazgo desde la alta dirección, métricas de éxito bien definidas y un compromiso sostenido a largo plazo. Aunque el camino es complejo, las organizaciones que logran avanzar gradualmente obtienen beneficios tangibles: mayor resiliencia ante ciberataques, menor exposición a riesgos y un modelo de seguridad adaptable a los retos del futuro digital.

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